marzo 31, 2009

DIVIDE Y TRIUNFARAS

La ruptura entre el Gobierno y el sector agropecuario es definitiva y el conflicto se tornará, forzosamente, más grave aún. Cristina Kirchner no ha hecho otra cosa, en última instancia, que extender el espacio de los beneficiados por las retenciones a la soja, incluyendo entre sus favorecidos a gobernadores e intendentes. No abarca, en cambio, a los que producen soja. Este es el centro del problema, el núcleo duro de la cuestión, que otra vez fue esquivado por la espectacular e insustancial convocatoria de Gobernadores del extremo sur, del extremo norte del país y también del Este y del Oeste que se dieron cita en Olivos después de las apresuradas llamadas del Gobierno para conseguir el marco adecuado, para los grandilocuentes discursos de Cristina Kirchner. No es la primera vez que lo hacen ni será la última.

Algunas preguntas que cabe hacerse en situaciones como esta son, ¿Cuándo trabajan esos mandatarios provinciales después de tanto ir y venir? ¿Cuándo lo hacen los ministros y los legisladores oficialistas, que siempre están a tiro de una apurada convocatoria del matrimonio? ¿Cuánto dinero, en fin, le sacan al Estado esos traslados urgentes de gobernadores, que deben viajar en aviones privados en un país con poca oferta de vuelos de línea? La ceremonia tuvo más motivos que el mero brillo del espectáculo. El motivo principal fue la división. Apegados decididamente a estrategias de fragmentación, los Kirchner han elegido ahora dividir a la política de los productores rurales. Ya lo habían intentado con la propia Comisión de Enlace, separando primero a Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural, del resto de los presidentes, y tratando luego de cooptar a Eduardo Buzzi, titular de la Federación Agraria, en detrimento de los otros. Ni Biolcati ni Buzzi se prestaron a esas maniobras.
Más tarde, el matrimonio presidencial hurgó en la división social, cuando condicionó los planes sociales y hasta el pago del salario de los maestros al cobro de las retenciones. Los maestros terminaron protestando contra el Gobierno por otras razones. Ni siquiera se acordaron de la supuesta "avaricia" del campo. Cualquier ardid es bueno para eludir el problema. Les tocó el turno entonces a los exponentes más representativos de la política. Los gobernadores y los intendentes son seres voraces, sobre todo en épocas de crisis y de carencias. El 30% del total de las retenciones a la soja bien podría valer una cuota mayor de disciplina frente al férreo kirchnerismo y podría, también, desalentar algunos intentos de independencia de intendentes bonaerenses, sobre todo. De igual modo, el reparto tardío o no de esos recursos podría instalar una mayor disciplina en el Congreso y fue así como sucedió. La pregunta que corresponde hacer es si los anuncios de la Presidenta resolverán la vida de los gobernadores e intendentes hasta llevarlos de la tensión permanente a la felicidad pasajera.

Algunos gobernadores recibirán algo más de plata y otros intendentes también, porque varios de ellos son casi insignificantes en la producción rural. El problema irresuelto es el de los gobernadores y jefes municipales de zonas, que son grandes productoras de bienes agropecuarios. Estos seguirán sobrellevando el peso de los productores rurales que golpean sus puertas. Los máximos dirigentes agropecuarios tratan de convencer a sus bases de que todavía existe una vía institucional, la insistencia en el Congreso, y de que también queda, además, la vía electoral en apenas pocos meses. No quieren, a todas luces, reproducir el conflicto desbocado del año pasado, porque entonces las cosas pierden el dominio de la racionalidad.

En el Congreso se trató de debatir el interminable problema del ruralismo, mientras el oficialismo jugaba a las escondidas. El Gobierno podría haber llevado ahí la idea de la coparticipación de las retenciones, pero prefirió firmar un decreto de necesidad y urgencia pocas horas después. Cristina Kirchner fue, como senadora, primera dama y presidenta en sus primeros tiempos, opositora a ese método tan poco democrático de modificar las leyes sin recurrir al Congreso. Esa contradicción puede ser el resultado de la debilidad política o de la vana necesidad de sorprender, pero lo cierto es que ya nadie recuerda a la candidata presidencial que prometía poner el acento en las instituciones. El único énfasis de la política argentina parece estar puesto en la escalada del conflicto, enfurecido y perenne.